Fue apenas en el 2014 cuando los científicos decidieron cambiar el nombre que durante siglos usamos. Lo que conocíamos como Flora Bacteriana, tenía mucho más en su historia, que ser simplemente «flora». En la Segunda Edición de La Guía Keto en Español, se realizó una investigación que cuenta todo sobre la microbiota, a la que también se llama el «segundo cerebro».
Hace casi 3000 años el padre de la medicina, Hipócrates, dijo que “toda enfermedad comienza en el intestino”. Sin embargo, como muchas de sus teorías se basaron en una anatomía y una fisiología incorrectas, la ciencia rápidamente descartó varios de sus postulados, incluyendo ése, al punto de que los expertos modernos subestimaron la «flora bacteriana» llegando a restarle toda importancia para el organismo.
Los descubrimientos del científico holandés Anton van Leeuwen-hoek (circa 1683) usando un microscopio inventado por él mismo, revelaron la existencia de unos “animáculos” en el tracto gastrointestinal. En ese entonces no se sabía lo que eran y haciendo referencia a los dos grandes reinos en que Aristóteles había dividido a los seres vivos: ‘fauna’ para el reino animal y ‘flora’ para el reino vegetal, van Leeuwen-hoek lo llamó “flora Intestinal”, pues lo que veía no parecían animales. Era la primera vez, en la historia de la humanidad, que alguien describía lo que hoy se conocen como bacterias.
Casi dos siglos más tarde, en 1861, el francés Luis Pasteur descubrió las bacterias intestinales anaerobias y posteriormente el ucraniano Ilya Metchnikov, ganador de Premio Nobel de Medicina en 1908 y director del Instituto Pasteur -a la muerte del fundador-, aseguraba que las bacterias acidolácticas brindaban beneficios a la salud y hasta promovían la longevidad.
Las bacterias siguieron siendo fuente de miles de estudios, hasta que en el 2001 el científico estadounidense Joshua Lederberg (premio Nobel de medicina de 1958), acuñó el término “microbiota”, sin embargo, se seguía hablando de “flora intestinal” cuando se trataban temas referentes a las colonias de microorganismos que habitaban el tracto digestivo. El término se siguió usando de forma común hasta finales de los años 1990, pero en el 2014 los científicos decidieron comenzar a llamarla la “microbiota intestinal”.
Desde 1683 miles de estudios siguieron su curso. Las bacterias como protagonistas causaron controversia y esperanzas, aparecieron postulados innovadores, como el que hiciera en 1817 el cirujano inglés James Parkinson. Sí, el mismo que describió algunos de los primeros casos de parálisis temblorosa y que dio nombre a la Enfermedad de Parkinson. Un paciente había desarrollado entumecimiento y sensación de hormigueo en ambos brazos. El doctor Parkinson notó que el abdomen del hombre parecía distendido y con una acumulación considerable de materia fecal. Le recetó un laxante y diez días después sus intestinos estaban vacíos y los síntomas habían desaparecido. Parkinson estaba en el camino correcto.
La mayoría de los estudios se enfocaron en el aparato digestivo. Pero en el año 2006 todo cambió, luego de que la neurocientífica Jane Foster de la Universidad McMaster en Hamilton, Canadá, hiciera un descubrimiento asombroso: «La presencia o ausencia de microbiota intestinal convencional influye en el desarrollo de la conducta y se acompaña de cambios neuroquímicos en el cerebro», concluía el estudio. No obstante, para poder revelar tal resultado pasaron cuatro años y siete intentos de publicación. Todos sus artículos eran rechazados porque los científicos simplemente consideraban ridículo que pudiera existir una conexión entre mente e intestino. Algo similar le ocurrió a John Cryan, un neurocientífico del University College Cork de Irlanda, cuando presentó su ponencia sobre las conexiones entre intestino y cerebro durante una conferencia sobre la enfermedad de Alzheimer en 2014.
Miles de publicaciones durante la última década han revelado que los billones de bacterias en el intestino podrían tener efectos profundos en el cerebro y podrían estar vinculados a una gran cantidad de trastornos. Se han encontrado evidencias importantes en casos de asma, alergias, diabetes, obesidad, enfermedades cardiovasculares, cáncer y por supuesto enfermedades intestinales inflamatorias.
Financiadores como los Institutos Nacionales de Salud de EE. UU. están invirtiendo millones de dólares para explorar la conexión. Por suerte, en los últimos años, la investigación biomédica no ha dejado de profundizar en el tema, aunque sea mucho más lo que se desconoce que lo que se sabe.
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Fuente: La Guía Keto en Español
Foto: Photo by Anete Lusina: https://www.pexels.com/photo/woman-showing-flower-on-hands-and-bare-belly-6354276/