El colesterol no es el malo de la película, como siempre lo lo presentan, pero la gente asocia «colesterol» a problemas en el corazón, derrames cerebrales y afecciones cardiovasculares. ¿La razón? Desde hace más de 2 siglos se viene sosteniendo la creencia de que niveles elevados de colesterol son sinónimo de enfermedad.
Cualquier libro de medicina explica que «el cuerpo humano necesita colesterol, que es un tipo de lípido utilizado para reparar, regenerar y producir membranas celulares, hormonas claves como la testosterona y el estrógeno, los ácidos biliares necesarios para digerir y absorber las grasas, y la vitamina D».
El colesterol es tan importante que el hígado y los intestinos lo producen. Y de hecho, sólo 20% del colesterol que hay en sangre, viene de la proteína animal, el 80% restante es de fabricación propia. El cuerpo empaqueta el colesterol en dos partí-culas principales: lipoproteína de baja densidad (LDL), el llamado colesterol malo, y lipoproteína de alta densidad (HDL), el llamado colesterol bueno. Y esas lipoproteínas que recubren al colesterol son los vehículos que impiden que se mezcle con el agua que también va por el torrente sanguíneo.
Hay que entender que no se puede vivir sin colesterol y que el problema no es esa sustancia parecida a la cera, sino la abundancia o déficit de ésta.
Y algo más: las lipoproteínas y no el colesterol aislado, pudieran ser el auténtico villano que la ciencia apenas comienza a identificar. Las lipoproteínas vienen en una variedad de formas, tamaños y densidades.
Una prueba de colesterol típica (conocida como perfil de lípidos) indica la cantidad de colesterol y triglicéridos que hay en la sangre. Y el concepto que entiende la mayoría de las personas es que un valor elevado de LDL ayuda a crear una placa que se acumula dentro de las arterias. La fórmula aceptada por la comunidad científica dice que cuanto mayor sea el LDL, mayor será el riesgo de sufrir un ataque cardíaco. Pero eso puede cambiar en los próximos años.
Según publica la Escuela de Medicina de Harvard ya se ha demostrado que «aproximadamente la mitad de los ataques cardíacos ocurren en personas que tienen un valor de colesterol LDL «normal» – y obviamente viene la pregunta inevitable- ¿Qué podría explicar ese fenómeno? Además de LDL, otras lipopro-teínas pueden contribuir a obstruir las arterias.»
Son conocidas como partículas aterogénicas e incluyen lipoproteínas de densidad intermedia (IDL), lipoproteínas de muy baja densidad (VLDL) y quilomicrones, las partículas más grandes y de menor densidad, que consisten principalmente en lípidos. Lo que falta por aclarar es por qué los médicos no evalúan esas otras.
La creciente evidencia sugiere que conocer el número total de las partículas de lipoproteínas aterogénicas es un mejor indicador del riesgo de enfermedad cardiovascular que el valor estándar de colesterol LDL. Este indicador puede evaluarse con una prueba económica y ampliamente disponible que mide la apolipoproteína B (apoB), una proteína única que se encuentra en todas las partículas aterogénicas.
Por suerte, la consciencia sobre la relevancia de la apoB avanza al punto de que la Sociedad Europea de Cardiología recomienda la prueba de apoB para evaluar mejor el riesgo de ataque cardíaco de una persona. Y hasta la AHA (American Heart Association por sus siglas en inglés) sugiere que la apoB es mejor que el colesterol LDL para evaluar el riesgo coronario.
Fuente: La Guía Keto en Español. Primera Edición